Hay brujas por todas partes. Esprobable que haya una viviendo en nuestra calle en este mismo instante.Bueno, es hora de que te vayas a la cama. —Tan cierto como que estoy aquí sentada —ha dicho ella—. Es una especiede milagro.—¡Eso es prácticamente nueve pulsaciones por segundo! —chillé, después decalcularlo mentalmente.—Exacto —ha dicho—.

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Lo que la hacedoblemente peligrosa es el hecho de que no semeja peligrosa. Inclusocuando sepas todos y cada uno de los misterios (te los contaremos dentro de un minuto),nunca podrás estar totalmente seguro de si lo que andas observando es unabruja o una simpática señora. Si un tigre pudiera hacerse pasar por unperrazo con una alegre cola, probablemente te acercarías a él y le daríaspalmaditas en la cabeza. Y ése sería tu fin.Lo mismo sucede con las brujas. Todas y cada una parecen señoras simpáticas.Haz el favor de examinar el dibujo que hay bajo estas líneas. Mira con atención a esa maestra. Quizá sonríe frente a lo absurdode similar oportunidad.

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—Era un chico que se llamaba Bruno Jenkins. A él le cogieron antesque a mí.Mi abuela sacó un puro largo y negro de una caja que llevaba en elbolso y se lo puso en la boca. Entonces sacó una cajita de cerillas y encendióuna, pero sus dedos tremían tanto que no lograba acercar la llama alextremo del puro. Cuando, al fin, lo encendió, dio una chupada extendida y setragó el humo. Eso pareció tranquilizarla un tanto.—¿Dónde sucedió?

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Si un tigre pudiese hacerse pasar por unperrazo con una alegre cola, probablemente te acercarías a él y le daríaspalmaditas en la cabeza. Ni correr como los ratones. No aguantaría que mecuidase otra persona.Hubo un breve silencio. Somos lasencantadorras señorras de la RSPCN y van a prreparrar dos mesas larrgasespecialmente parra nosotrras.

—ha dicho ella.—Sólo tengo siete años, abuela.—Me da igual la edad que tengas —ha dicho—. Jamás te cogerás un catarrosi fumas puros. Has de saber que una hechicera no golpea a los niños en la cabeza, ni lesclava un cuchillo, ni les pega un tiro con una pistola. La policía coge a lagente que hace esas cosas.A las brujas jamás las cogen. No olvides que las brujas tienen magia enlos dedos y un poder diabólico en la sangre.

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Todas y cada una parecen señoras simpáticas.Haz el favor de examinar el dibujo que hay bajo estas líneas. Ah, a propósito, te das cuenta de que tienes cola, ¿no? —preguntaron.—Los cocéis al vaporr en gugo de rrrana a lo largo de una horra —fue larespuesta—. En una cucaracha, por poner un ejemplo.—¿Convertirme a mí en una cucaracha? Vivíajusto enfrente de nosotros. ¡Ytodas, incluyendo a La Gran Hechicera en persona, están abajo ahora mismo! Usted se negó a aceptarle.—¿Qué diablos quiere usted decir, bermuda infantil 3 anos señora?

Había una sonrisita picara en su cara y yo comprendí que estaba a puntode meter al señor Jenkins en problemas.—¿Quién? —Esa mujer que está allí —ha dicho mi abuela—. La bajita del traje negroque está a la cabecera de la mesa extendida.—¡Pero si es de la RSPCN! —No, no lo es —ha dicho mi abuela—. Es La Gran Bruja del MundoEntero.—¿Quiere decir que fue ella, esa mujercita flaca de allí? —gritó elseñor Jenkins, señalándola con un dedo—. ¡Deberá vérselas con misabogados!

Me contó que Leif, la Marsopa, se quedó conellos toda la tarde y que llevó a sus hermanos y hermanas montados en sulomo y ellos lo pasaron estupendamente. Entonces les saludó agitando unaaleta y se alejó nadando, y nunca mucho más lo volvieron a conocer.—Pero, abuela —dije—, ¿de qué forma supieron que la marsopa era Leif enrealidad? —Él les habló —dijo mi abuela—. Rió y bromeó con ellos todo el ratoque estuvo paseando a sus hermanos.—Pero, ¿no se armó un jaleo horrible cuando sucedió eso? —pregunté.—No mucho —ha dicho mi abuela—. Ten en cuenta que aquí, en Noruega,estamos acostumbrados a estas cosas.

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¡Pienso que ésa es la iniciativa! —El único inconveniente —dije— es de qué manera voy a saber qué comida es paraellas. No quiero echarlo en otra cazuela por equivocación. Quédate en un rinconcito obscuro,oyendo y escuchando todo cuanto comenten los cocineros… y, con un pocode suerte, alguien te va a dar una pista. Siempre que deben cocinar para ungrupo grande, preparan su comida separadamente.—En concordancia —dije—.

Las encías parecían carne cruda.Siempre es un choque descubrir que te están observando en el momento en que creesque andas solo.Y además, ¿qué hacía esta mujer en nuestro jardín? Aprecié que llevaba un sombrero negro y unos guantes negros que lellegaban hasta el codo.¡Guantes! Me has dicho que hubo cinco en total. —¿Quieres ofrecer una calada a mi puro?

Jamáshubiera podido aparecer en público, y mucho menos hospedarse en unhotel, con su auténtica cara. Todo el que la hubiera visto, habría salidocorriendo, dando alaridos.—¡Las puerrtas! —gritó La Enorme Bruja, con una voz que llenó la salón yretumbó en las paredes—. ¿Habéis echado el cerrogo o la cadena?